sábado, 16 de abril de 2016

El botón dorado

Tenemos la arquitectura y con ella la vida ante nosotros, o eso creemos: en cada ciudad descubrimos fácilmente más de una ciudad a poco que nos fijemos en el juego de los volúmenes, y en cada una hay más vidas que las que alcanzamos a ver, quizá a soñar. ¿Y cuántos lugares no hay por los que un día caminamos rectos, y otro nos perdemos irremediablemente?

Dickens, un paseante habitual y placentero, recurrió, en Historia de dos ciudades, al Londres y al París de finales del XVIII para contraponer lo que se refiere al bien con lo que se refiere al mal, el mejor y el peor de los tiempos, pues como escribió (¿quién podrá eludir el  principio del memorable comienzo de esa novela?), "era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y de la necedad..." (it was the best of  times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness...).

Sabia y necia la edad convulsa que Dickens noveló,  parecida por sabia y necia a la edad victoriana en la que él vivió, y a la vez parecida a la actual, cabría en este último caso sostener si no fuera por las apariencias, decididamente inclinadas por doquier del lado de la ramplonería, y pródigas en badulaques, enredos y -cerraría Sancho Panza- revoltillos. 

Pero el escritor inglés hoy es un pretexto para atraer a un amigo hacia mi recuerdo. Aficionado a las caminatas por la gran ciudad bipolar y de doble filo de nuestro tiempo, la ciudad de los cien   estilos y el purgatorio magnífico del que habló Paul Morand, mi amigo no necesita salir de Nueva York para poder comparar la vida y además la arquitectura de un edificio futurista y opulento, pongamos que uno diseñado por la starchitect recientemente fallecida Zaha Hadid, con la vida y la arquitectura de un espacio sosegado y liviano, de autor desconocido, en el que por millones solo se venden botones. El botón dorado. 


(la ilustración es de Hayes Davidson, y las fotografías son de Emon Hassan)


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