viernes, 8 de abril de 2016

Turnberry

The Ailsa es el nombre del campo escocés de Turnberry donde en 2009 se jugó The Open, y Ailsa Craig es el de la isla oval que encuentras  inquietante a pocas millas de la costa, en el fiordo de Clyde; tan inquietante que sin tener que mirar al mar sospechas su presencia intimidadora. Y allí, en el condado de Airshire, al suroeste de Escocia, The Ailsa centellea sin descanso las luces de su faro.  
El faro fue diseñado por dos ingenieros familiares de Robert Louis Stevenson (“¡piezas de a ocho! ¡piezas de a ocho!”), y se levanta en las proximidades de las ruinas del castillo en el que nació Robert the Bruce, el Rey de Escocia que quiso ser enterrado en Jerusalén. Y hacia Jerusalén se encaminaba, para cumplir ese deseo, el noble Sir James Douglas, cuando en el año 1330 murió en la batalla de Teba, que enfrentó a Alfonso XI de Castilla y a Muhammed IV de Granada. Sir James portaba al cuello, en una urna de plata, el corazón  embalsamado de Robert the Bruce. 
No fue 2009 la única ocasión en la que el British se celebró en Turnberry. La primera vez, en 1977, ofreció a los aficionados al golf un duelo fantástico, éste incruento y gobernado por el fairplay: el duelo al sol que mantuvieron un joven Tom Watson y el formidable Jack Nicklaus, poseedor  por entonces de catorce Majors o Grandes Torneos. “¿De esto es de lo que se trata, no?”, le dijo Tom a Jack en la cuarta y decisiva jornada  de competición, los dos subidos a una duna en el tee de salida del hoyo 16, y líderes del Open con diez golpes de ventaja sobre el tercer clasificado. Igualados desde la víspera y hasta el último hoyo, Watson metió su putt  de birdie   para la victoria.
Pudo triunfar de nuevo en 2009. Le bastaba con hacer el par en el hoyo 18, bautizado como duel in the sun a partir de 1977, pero el putt de  Watson esta vez no entró y el bogey lo llevó al desempate, ganado sin contemplaciones por un atlético contrincante, joven como Tom lo había sido  treinta y dos años antes.
Aquel día tuve un presentimiento:  no iba a poder olvidar con facilidad a ese veteranísimo golfista que a los 59 años, una edad gris para las hazañas deportivas, salió derrotado por centímetros del gran torneo abierto británico de 2009, ni podría borrar de mi memoria su silueta de gentleman sonriente mientras paseaba a solas, entre golpe y golpe, por las calles de hierba segada al ras por el viento de los hoyos de The Ailsa; seguramente al lado de los Stevenson, de Robert the Bruce, del noble Sir James Douglas, y del faro que nos acompañó al atardecer, aquel domingo de verano que vi jugar y perder a Tom Watson en Turnberry.


(las fotografías, de autor desconocido, pertenecen a SLC Turnberry Limited)

No hay comentarios:

Publicar un comentario