martes, 5 de abril de 2016

Palmira

El ejército sirio acaba de liberar Palmira, repican las noticias, y el Estado Islámico ha huido de las ruinas de la ciudad en la que un día reinó, ay, Zenobia. La reconquista de las ruinas de Palmira me alegra, como es natural, y me lleva a pensar en la gente adinerada de hace cientos de años, tan diferente a la de ahora en sus gustos, por lo general aristocráticos los de antes y sumamente groseros los de hoy, pues todos constatamos a menudo que entre ella  abundan quienes  no se cansan de exhibir cómo viven y en qué consumen su tiempo ¿y qué mayor grosería que esa  exhibición?,  cuando no se encargan de ponerla al descubierto los códigos penales, las leyes de enjuiciamiento criminal y los ministros de Hacienda. 
Sin embargo, el doctor Samuel Johnson no tenía la misma impresión de sus contemporáneos más acaudalados, o sí: el 3 de junio de 1781, anota James Boswell, Johnson, descrito como un defensor ardoroso de las ventajas que proporciona la riqueza, le comenta a su minucioso biógrafo que no había visto que los hombres de gran fortuna "disfruten de ninguna de las cosas extraordinarias que dan la felicidad", y burla burlando se pregunta "¿qué hace el duque de Bedford? ¿qué el de Devonshire?"
A decir verdad, el único ejemplo notable que Samuel Johnson  conocía  de alguien que disfrutase de la riqueza era el de  James Dawkins, el diletante que al ir a visitar Palmira y enterarse de que el camino se encontraba infectado de salteadores, "alquiló un cuerpo de caballería turca para que le protegiese".


(el cuadro, James Dawkins y Robert Wood descubriendo las ruinas de Palmira, lo pintó Gavin Hamilton en el año 1758 y se conserva en la Galería Nacional de Escocia)

2 comentarios:

  1. Así llegué a la población de Hems, sobre las riberas del Oronto; y hallándome cerca de Palmira, situada en el desierto, resolví reconocer por mí mismo sus ponderados monumentos: al cabo de tres días de marcha en las soledades más áridas, habiendo atravesado un valle lleno de grutas y de sepulturas, observé repentinamente, al salir de este valle, una inmensa llanura con la escena más asombrosa de ruinas colosales; era una multitud innumerable de soberbias columnas derechas, que, como las alamedas de nuestros jardines, extendíanse hasta perderse de vista en filas simétricas y hermosas. Entre estas columnas había grandes edificios, los unos enteros, los otros medio destruidos. Por todas partes estaba el terreno cubierto de cornisas, de capiteles, de fustes, de pilastras todo de mármol blanco, y de un trabajo exquisito. Después de tres cuartos de hora de camino sobre estas ruinas, entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo dedicado al Sol; admití la hospitalidad de unos pobres campesinos árabes, que habían establecido sus chozas sobre el pavimento mismo del templo y resolví detenerme allí algún tiempo, para considerar atentamente la belleza de tantas y tan suntuosas obras.

    "Las ruinas de Palmira", Constantin-François Chassebœuf de La Giraudais, conde de Volney.

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    1. “¡O ruinas! Volveré a visitaros para tomar vuestras lecciones; me colocaré en la paz de vuestras soledades; y allí, alejado del espectáculo aflictivo de las pasiones, amaré a los hombres por mis gratas memorias; me ocuparé en su felicidad, y la mía consistirá en la idea de haberla adelantado”.

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