viernes, 11 de marzo de 2016

Al salir del cine

 




I


Al salir del cine decidí pasar por el Sevilla, el bar que frecuento desde que estoy jubilado y me trasladé a la isla para vivir con mi hija. La película que vi es una adaptación de un relato de Indian Country, el libro sobre La Frontera de Dorothy M. Jonhson, y fue el recuerdo agridulce de su lectura en un número atrasado de Cosmopolitan el que me llevó al The Odeon de Chambers (a la altura de Park Row) y después, al salir del cine, ya digo, a caminar río arriba hasta que, exhausto, llegué a Charles Street 62, mi destino. 

Aquel día me enteré de que los jueves al atardecer se reunían en el Sevilla los chicos del Shinbone Star, por lo general a la sombra de Dutton Peabody, sumo maestro de ceremonias entre los jóvenes aspirantes  a la gloria de la primera plana. Fue Hallie la que nos presentó tras apurar Peabody el último trago de la botella de tequila que solía beber antes de acudir a la redacción del periódico. 

No parecía un tipo con prisas. Me invitó a sentarme con él, y al instante comenzó a soltarme un speech acerca de la libertad de prensa, "el mayor logro de la historia de la  humanidad", excepción hecha -añadió compungido, pero firme- de “la pobre Marilyn”. Interrumpió entonces su perorata, lo que agradecí, para aclararme que el trágico final de "la Monroe" lo tenía sumido en la desolación. Me contó que tuvo la fortuna de entrevistarla gracias a un amigo común de DiMaggio -en realidad, se sinceró, “le  formulé dos breves preguntas”-,  y  en mayo la había oído interpretar en el Madison el monumental Happy Birthday Mister President: "estaba homérica, como nunca, dentro de ese vestido", musitó para sí con la mirada extraviada. 

"¿No deberías ir al Star, querido?" Las palabras de  Hallie lo sacaron de su ensoñación. Agarró el teléfono, refunfuñó y dictó el artículo, o lo que fuera,  que traía emborronado en una  de las varias cuartillas arrugadas que sacó de los bolsillos hospitalarios de la americana. Al colgar me confesó que desde la muerte de Marilyn Monroe la sección de sucesos era historia para él, y que la redacción de deportes, por los que no sentía ni pizca de atracción fuera de los mundillos del baseball y del basket, le permitía escribir en el periódico a su antojo: divagar sin límite y dar rienda suelta a la hipérbole. Le pidió otra botella de tequila a Hallie. 

Barrunté que era obligado cambiar el rumbo de la conversación para tratar de clausurar el funebrismo de mi compañero de mesa.
 -¿Diría usted que el 2 de marzo me encontraba pasmado en el Hersheypark Arena de Philadelphia?
 Se encogió de hombros con aire distraído y aromatizado por el destilado de Jalisco. Medio abochornado por su estado vaporoso, opté por continuar como si nada apostando por la didáctica:
-El 2 de marzo Wilt Chamberlain anotó ¡100 puntos! contra nuestros Knicks (era el equipo de Peabody, no el mío, pero fingí). Un partido de baloncesto que no se olvidará per secula debido a la hazaña del pivot de los Warriors ¿no está de acuerdo?  Ah! y encima se atrevió a declarar que si no hubiera andado por ahí la víspera habría alcanzado los 140 puntos.
-Muy sobrado el Chamberlain, murmuró Dutton. 



II

-¿Aún tienes crédito en este bar, Peabody?
 Ladeé la cabeza y descubrí a un hombretón que con su media sonrisa dominaba la barra del Sevilla al mismo tiempo que sostenía una flor de cactus. Era Tom Doniphon. Dutton no le respondió porque fue Hallie la que de repente intervino apuntando a la flor:
-Ramson. Fíjate en eso, ¿no es lo más bonito que has visto? 
-Sí, es muy bonita, Hallie, pero ¿has visto alguna vez una rosa de verdad? 
El diálogo me sonó familiar, extraordinariamente cercano.  Me esforzaba sin éxito en situarlo cuando el tal Ramson reaccionó a un guiño de Peabody y se unió a nosotros dos. 

Ramson Stoddart era abogado y responsable de tribunales en el Shinbone Star. Y lo que para mí entrañaba un cierto atractivo: me disponía a charlar con uno de los periodistas que cubrió en Jerusalén el juicio de Eichmann y la posterior  vista del recurso de revisión en el Tribunal Supremo de Israel. Una oportunidad irrepetible. A mi pesar, Stoddart se mostraba proclive a hablar de su incipiente carrera política -cosa que me traía sin cuidado- y escasamente inclinado a satisfacer mi curiosidad, por lo demás casi nula en el aspecto jurídico porque había podido observar por televisión, a la hora de la cena, no pocas de las 114 sesiones del juicio y, no lo negaré, tenía mi idea formada. Incluso le presté atención a la tediosa lectura de la sentencia que los magistrados hicieron a lo largo de un par de interminables días, tras haber deliberado durante cuatro meses (supongo que no con exclusividad).

Por su parte, The New Yorker anunciaba a sus lectores la próxima aparición de las reflexiones de la profesora Arendt, y yo esperaba con impaciencia su publicación para comprender probablemente mejor y aproximarme de manera diferente al fondo del asunto Eichmann. Sin los enredos del Derecho, a menudo fatigosos. Me conformaba, por lo tanto, con indagar algo relacionado con el factor humano del juicio, y así lo reconocí ante los dos sin descuidar la aparente vanidad  de Stoddart congratulándome por la seriedad de sus crónicas, que por suerte no desprendían -afirmé con evidente y afectada ironía- el característico rigor habitual de la información judicial de la prensa.

-¡Beth Hamishpath! Esta es la frase hebrea que al principio de cada sesión gritaba un ujier para advertir a las personas asistentes la inminente presencia en aquella Sala tan teatral de los tres magistrados. La oí -me devolvió el sarcasmo- por doquier, y por doquier me levantaba y tomaba asiento, como es natural. 
-¿Audiencia pública? 
-En efecto. Tengo entendido que en otros lugares sucede al contrario: los jueces son los que primero acceden a la Sala y ordenan ¡audiencia pública! en prueba de que los debates del juicio oral han de celebrarse a puerta abierta. 
-Muy bien, Ramson, aunque le ruego que vayamos a lo que  me importa, sin distracciones si fuera posible. ¿Qué me dice de la actitud que mantuvieron los magistrados? 
-Me sorprendió que se dirigieran en alemán a Eichmann y que no disimulasen su emoción al escuchar las crueldades cometidas. 
-¿Quizá le resultaron demasiado humanos? No me haga caso, discúlpeme. ¿Y el fiscal Hausner?
- No gozaba de las simpatías de los magistrados y menos, estoy seguro, de la del presidente Moshe Landau, un juez en absoluto partidario de los excesos de la representación  procesal.
-¿El hombre tranquilo? Hábleme del doctor Servatius, el  letrado de Eich...




III


¡Defiéndete, abogado! El individuo enmascarado que en un santiamén irrumpió en el Sevilla blandiendo un látigo con empuñadura de plata, conminó definitivamente a Stoddart ¡defiéndete, abogado! y de inmediato le lanzó al vuelo un inconfundible Colt Navy. Apenas el tembloroso Ramson lo atrapó mientras el pistolero lo encañonaba con la cara descubierta y el mal dibujado en su rostro, Tom Doniphon, el grandullón que había perdido el duelo de las flores a los ojos de Hallie, descerrajó su rifle Sharps -idéntico al de su antepasado el legendario Ethan Edwards-, y abatió para siempre a aquel endemoniado de gatillo presumiblemente fácil. 

Avisé a la policía, pero fue mi hija la que de pronto entró en el bar.
-Hola, papá.
-¡¡Y tú por el Sevilla!!
-Acabas de llamarme y he venido a recogerte lo más rápido que pude. 
-Telefoneé a la policía, no a ti. Ha habido un tiroteo y tenemos un muerto. 
-Vamos, papá. Aquí no ha habido un tiroteo y no hay ningún muerto.
- Ellos te lo confirmarán: ¿Hallie, Tom, Ramson, Peabody?
-Papá, estás solo. Tu no lo sabes, pero estás solo. Anda,  por favor, vámonos a casa. 
No discutí. Hace una eternidad que no discuto con nadie.


Abandonamos el Sevilla y enfilamos Charles Street hasta   la orilla del Hudson. Me preguntó si había ido al cine, asentí con la cabeza e insistió:
-¿Qué película has visto? Un western, no me digas.
-The man who shot Liberty Valance.
-Es antigua ¿no?
-¿En qué año vivimos, hija? 1962. 
No me contestó. Sin embargo, me cogió del brazo, y al sujetarme con sus manos noté una pena arraigada. Memorioso a ratos, recurrí al ingenioso hidalgo con el propósito de aliviarla: 
-No te preocupes por mí. No caeré de nuevo en el error de creer que hubo y hay caballeros errantes en el Sevilla.
-¿Juegas conmigo a citar a tu modo a Cervantes? No tienes remedio, papá. ¿Me pedirás ahora que te felicite porque fuiste loco y ya eres cuerdo, porque ya no eres don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien sus costumbres dieron fama de bueno?

Nos reímos con ganas y todavía seguiamos río abajo de ganchete, como las parejas de un tiempo remoto, cuando por fin fin traspasamos la puerta de su apartamento. Al desearme que descansara, repitió que si volviese a ir al cine le enviara un mensaje al móvil para vernos después, “en Gramercy Tavern, por ejemplo, y varías un poco”.  
Me quedé en mi cuarto. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que también allí estaba solo. Antes de acostarme me acerqué como cada noche al gran ventanal y contemplé el mar como si contemplara mi vida, a lo lejos y al oeste.  














2 comentarios:

  1. J. Carlos V. Barro.13 de marzo de 2016, 11:16

    ... discretos y entrañables relatos desde el West Village... La literatura tiene el poder de proyectarte a otros ámbitos, y por ello recordé "la utilidad de lo inútil", de Nuccio Urdine, y Es que esas historias supuestamente inútiles son las nuestras, las que encierran muchas de las dosis de todas las felicidades. Aunque el Sevilla no sea equiparable, me lo imaginé como una de esas pinturas de Edward Hopper en la que el incomunicado prtagonista pudiera salir de si mismo por unos segundos... Ah!! Por cierto,.... no fui capaz de terminal, en su dia, el libro de Hanna A. Aunque la banalidad del mal quede perfectamente retratada, para mi el relato del juicio es tedioso...

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    1. Recuerdo con agrado las crónicas de dos sonados juicios: las que firmó el periodista Martín Prieto en El País sobre el 23F, y las de Antonio Muñoz Molina en el mismo periódico sobre el caso Marey. Estas últimas aparecen agrupadas en un libro publicado por la fundación Huerta de San Antonio el año pasado con el título La puerta de la infamia.

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